Su rastro era un paisaje devastado, ramas
rotas, dobladas, el suelo apisonado, era como si un tornado
hubiera abierto un túnel entre toda aquella maleza donde apenas llegaba el sol,
un camino a la
locura con salpicaduras de sangre donde quiera que posara la vista.
Yo corría por aquel hueco intentando que mi
respiración no me fallara, coger aire, expulsar, coger aire… el
miedo podía hacer que me olvidara de respirar mientras corría, y eso hubiera
acabado con mi carrera desesperada, corría, respiraba, corría, respiraba, a
veces las ramas me arañaban la cara y las manos, yo no sentía nada, me
concentraba en el temblor del suelo que me indicaba que sus cascos enloquecidos
seguían adelante en su carrera mortal.
Yo era una guardiana, correr era parte de mi
entrenamiento, yo era una guardiana que había fallado y todo mi ser pendía
ahora de aquella carrera, cada músculo por aquella vida que era mía. Los metros
se hicieron kilómetros y la esperanza se encontraba cada vez más lejos.
El sudor y las gotas de sangre de mis
arañazos quedaban es suspenso tras de mi, flotando en el aire del
espacio que dejaba atrás, veloz.
Saltaba los troncos caídos de los árboles, las
piedras, los regueros de agua, corría, volaba cuando el suelo cedió bajo mis pies, caí hacia
adelante y rodé unos metros, intenté levantarme enseguida y me freno el dolor, un corte profundo me abría
la planta y casi cercenaba mi dedo grande del pié derecho, sangraba mucho, ardía, corté una tira
de mi blusón ya rasgado y lo envolví con prisa, entonces me dí cuenta… el suelo ya no
temblaba..
Me levanté ignorando el dolor, la sangre, corrí
endemoniada, respirar ya no importaba, ya nada importaba, me reventaba el
corazón cuando llegué al claro y lo vi..
El unicornio en su caída hendió la tierra, yacía
casi en el centro del claro, veía el vapor que desprendía su cuerpo, y las vaharadas que salían de su
hocico, me acerqué aterrada, su pelaje blanco ya no era blanco, era rojo, empapado
en sudor, con las crines pegajosas, bañado en la sangre que manaba de las
heridas abiertas en su demencial carrera, algunas terribles, sus cascos
abiertos, su cuerno nacarado resquebrajado, sus ojos enloquecidos, la mirada de
los dioses ahora en agonía, sin ver ya mas que la oscuridad profunda, su cuerpo
inmenso y hermoso luchando por recoger
otra bocanada de aire, rendido, reventado..
Atrás quedó el orgulloso rey de las praderas
de Olyannia, su cabeza erguida y sus ojos sabios, su
crin espesa y rizada mas hermosa que los cabellos de las ondinas, su poderoso
pecho y su cuello de
mármol blancos como nieve recién caída, su talla inmensa, su porte de señor de
los llanos y las lomas,
atrás quedaron sus carreras al viento, su dominio sobre los arroyos, los
caminos y las laderas de las montañas, atrás quedaba el reflejo
perlado que le arrancaba el sol de mediodía, su mirada noble de dios, de padre, de hermano..
Un sonido se abrió paso por mi cuerpo
desgarrando mis entrañas, saturando mis oídos, espesando el aire
que nos rodeaba, mi grito broto de mi boca mientras caía sobre mi adorado hijo
del sol, y seguí gritando
mientras me abrazaba a él, con sus laceradas llagas, con su pelaje teñido por
su sangre roja, su
cuerpo ardía, su sudor se tornaba en nubes que se deshacían sobre él, y yo
seguí gritando, grité como las madres que pierden a sus hijos, como las viudas
de los guerreros, como los reyes que pierden
sus reinos, seguí gritando cuando él ya no se movía, cuando desapareció la
agonía de sus ojos
y solo quedó la neblina de la nada, seguí gritando hasta que mi boca ya no tuvo
mas sonidos para darme, yo era el dolor mismo..
La noche llegó. Todo se paró. Las aves
callaron y todas las criaturas del bosque, la hierba dejó de crecer,
el viento no movió otra hoja, el agua de los arroyos dejo de correr, el tiempo
se paró, el mundo se
paró. El unicornio ha muerto. El luto envolvió toda vida. El silencio.
Los unicornios no se descomponen, la tierra
los va abrazando y los acoge, los envuelve en su manto, y sus cuerpos se van fundiendo con ella, y las
abejas y las mariposas y los colibríes traen semillas de rosas y jazmines, de
prímulas y margaritas, y las esconden entre su pelaje, y al final una loma hermosa,
mágica, como un pequeño país de las hadas queda para el recuerdo.
Yo me quedaré aquí, para que la tierra se
apiade de mi y me abrace también, para deshacerme con mi
criatura hermosa, para desaparecer, qué mejor muerte después de mi fracaso..
Los unicornios no pueden salir de Olyannia,
por eso las guardianas guardamos las puertas, por eso la carrera es nuestra
principal arma, corremos con ellos para bloquear cualquier puerta que pueda surgir.
Los unicornios sienten el dolor de los hombres y lo sanan, pero eso los
debilita, es como tragar veneno. Si un unicornio pisa la tierra de los hombres
enloquecerá, por que es horroroso el clamor que desprende la tierra, lo
ahogará, le dejará ciego y sordo y correrá hasta morir.
El mío murió, y no era el primero ni sería el
último, pero cada vez hay menos, y cada vez se abren más puertas a ese infierno humano.
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